Ni putas ni sumisas

La sociedad francesa está amenazada de desintegración. El enquistamiento del paro por encima del 10%, la desaparición o debilidad de los mecanismos clásicos de integración del inmigrante -sindicato y partido en relación con el trabajo, servicio militar obligatorio, voluntarismo de una política social de vivienda, etcétera- ha favorecido el surgimiento de guetos. Y en los guetos, el nivel de la escuela es más y más bajo, arrastrado por las dificultades socioculturales de los alumnos, que ya no ven en ella una vía para progresar. Las chicas jóvenes se rebelan contra esa tendencia. El movimiento Ni Putes ni Soumises reivindica para las mujeres dominadas por la familia y el suburbio árabe el derecho a la libertad, es decir, a la libertad de movimientos, a poder maquillarse, a llevar falda o pantalón en vez de chándal o chilaba; a no ser tratadas, en definitiva, como seres de segunda categoría en manos de los caídes del barrio, que sólo pueden imaginárselas como futuras esposas fieles o como prostitutas. "Aquí, si quieres que te dejen en paz tienes tres soluciones: ponerte el velo o la burka, estar embarazada o salir con uno de los jefecillos", explica Reine-Claude Lasry, hija de argelino y francesa, violada a los seis años y hoy destacada militante de Ni Putes ni Soumises.

Este movimiento de nombre provocador es hijo de una iniciativa de Fadela Amara, una de los 10 hijos de una familia argelina de Clermont-Ferrand. "Surgió después de que un novio machista quemara viva a Sohane, en la primavera de 2002. Es un gesto de rebelión contra los bárbaros de los barrios, los caídes irrecuperables", dice Fadela, para quien el velo o el pañuelo en el pelo "es un signo de opresión y discriminación".


Ni Putes ni Soumises